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The Wall Street Journal Americas
Viernes, 9 de septiembre, 2011
Como corresponde al presidente de la junta directiva de la empresa de
alimentos más grande del mundo, Peter Brabeck-Letmathe cuenta calorías. Pero no
es su propia dieta lo que preocupa a quien hasta 2008 era también presidente
ejecutivo de Nestlé sino toda la comida que Estados Unidos y Europa están
convirtiendo en combustible, mientras los más pobres del mundo cada vez pasan
más hambre.
"Los políticos no entienden que entre el mercado de los alimentos y el de la
energía hay un estrecho vínculo", sostiene Brabeck-Letmathe. Ese vínculo es la
caloría.
La energía almacenada en un bushel de maíz puede servir de combustible para
un auto o para alimentar a una persona. Y cada vez más, debido a la exigencia
del uso de etanol como a los subsidios en EE.UU. y a los incentivos para el uso
de biocombustibles en Europa, los terrenos antes dedicados al cultivo de
alimentos de humanos o animales, ahora se destinan a la siembra de productos
para el desarrollo de combustible. El cálculo más reciente del Departamento de
Agricultura de EE.UU. predice que este año, por primera vez, el país cosechará
más maíz para la producción de etanol que de alimentos. En Europa, cerca de 50%
de la cosecha de colza será para la producción de biocombustibles, según
Brabeck-Letmathe, mientras que "alrededor de 18% del azúcar de todo el mundo se
utiliza en la actualidad para el biocombustible".
En cierto sentido, se trata de un logro notable. Cinco décadas atrás, cuando
la población mundial era la mitad de la actual, catastrofistas como Paul Ehrlich
advertían que el mundo se enfrentaba a una hambruna de proporciones bíblicas.
Hoy, con casi 7.000 millones de bocas que alimentar, generamos tanta comida que
ni pensamos sobre las toneladas que se queman para producir combustible.
O al menos no pensamos sobre eso en Occidente. Nos molesta un poco si el
precio de nuestros cereales para el desayuno aumenta porque la producción
agrícola se desvía hacia el etanol o el biocombustible. Pero si el precio del
maíz o de la harina se duplica o se triplica en el Tercer Mundo, donde según
Brabeck-Letmathe la gente "gasta alrededor de 80% de sus ingresos en alimentos",
cientos de millones de personas tendrán hambre. Y a veces se rebelan, como ha
ocurrido este año en Medio Oriente.
"Lo que hoy llamamos 'primavera árabe' en realidad empezó como una protesta
contra el permanente aumento de los alimentos", señala Brabeck-Letmathe, durante
un almuerzo en la sede global de Nestlé.
El ejecutivo tiene una amplia experiencia en el ámbito donde convergen los
alimentos, la política y el desarrollo. Pasó la mayor parte de sus primeras dos
décadas en Nestlé en América Latina. En 1970 fue enviado a Chile, donde el
gobierno socialista de Salvador Allende amenazaba con nacionalizar la producción
de leche, y con ello las operaciones de Nestlé en ese país. Sabe que la mayor
parte del mundo no es tan afortunada.
"Hay una gran diferencia entre cómo vivimos esta crisis y la realidad para
cientos de millones de personas, a quienes hemos empujado a la extrema pobreza
con políticas equivocadas", dice Brabeck-Letmathe. En primer lugar está la
euforia por los biocombustibles, impulsada por las preocupaciones sobre la
independencia energética, el suministro de petróleo, el calentamiento global e,
irónicamente, la estabilidad política en Medio Oriente.
A ello se añade, en especial en Europa, un miedo paralizante a los cultivos
con organismos modificados genéticamente (OMG). Ese rechazo a utilizar
"tecnología disponible" en la agricultura, sostiene Brabeck-Letmathe, ha
detenido el aumento de la productividad agrícola que por varias décadas nos ha
permitido alimentar muchas más bocas de lo que se creía posible.
Luego está la demografía. Las últimas décadas han visto "el nacimiento de más
de 1.000 millones de nuevos consumidores en el mundo que han tenido la
oportunidad de pasar de la pobreza extrema a lo que hoy llamaríamos una clase
media moderada", gracias al crecimiento económico en lugares como China e India.
Eso significa que 1.000 millones de personas tienen por primera vez "acceso a
carne", sostiene Brabeck-Letmathe.
"En tanto, la demanda de carne tiene un efecto multiplicador de 10. Se
necesitan 10 veces más tierra, 10 veces más alimentos, 10 veces más agua para
producir una caloría de carne que para una de verdura o grano", explica el
ejecutivo. Aun así, somos capaces de satisfacer ese aumento de la demanda. "Si
los políticos de este mundo desean hacer frente a la seguridad alimentaria,
solamente hay una opción: sólo deben decir 'basta de alimentos para producir
combustible' y entonces volverá a haber equilibrio entre la oferta y la
demanda", opina.
'Las calorías no cuadran'
Si no hacemos eso, no podemos esperar equiparar el frenesí por el
biocombustible con las necesidades alimentarias del mundo. Las calorías no
cuadran. "El mercado de la energía es 20 veces más grande, en calorías, que el
de los alimentos", indica Brabeck-Letmathe. Por lo que "cuando los políticos
dicen 'queremos reemplazar 20% del mercado energético por el mercado de los
alimentos' significa que 'tendríamos que triplicar la producción de comestibles'
para alcanzar esa meta, sostiene.
Incluso si pudiéramos hacer eso, nunca lo conseguiremos sin los cultivos
genéticamente modificados y creyendo que el alimento "orgánico" es el nuevo
estándar de seguridad, pureza y salud. La producción orgánica es furor en el
Occidente rico, pero no podemos "alimentar el mundo con eso", asegura. La
productividad agrícola con orgánicos es muy baja.
"Si uno se fija en los países que han introducido los OMG, su rendimiento por
hectárea se incrementó en 30% en los últimos años. En tanto, el rendimiento de
cultivos sin OMG se ha mantenido intacto o ha caído ligeramente", describe
Brabeck-Letmathe. Y esa brecha, sostiene, "es una brecha voluntaria, por una
decisión puramente política".
Según el ejecutivo de Nestlé, los europeos ricos y bien alimentados pueden
darse el lujo de no producir OMG porque no quieren generar tanta comida y
Brabeck-Letmathe dice que eso es algo que puede entender.
Sin embargo, lo que le resulta más difícil de asimilar es que las políticas
de Europa prohíben de manera efectiva a los países pobres como los de África el
uso de semillas genéticamente modificadas. Esos países, sostiene, necesitan de
manera urgente la tecnología para aumentar el rendimiento y la productividad de
su atrasado sector agrícola. Pero si plantan OMG, luego no podrán exportarlos
bajo las reglas de Europa: "La Unión Europea no les permitirá exportar nada de
nada. No sólo OMG, nada", explica Brabeck-Letmathe, debido a los temores
europeos sobre la contaminación cruzada y las normas de pureza casi imposibles
de cumplir. El temor europeo a los cultivos genéticamente modificados es, según
el ejecutivo, algo "puramente emocional", que se está convirtiendo en "una
creencia casi religiosa".
Eso hace que Brabeck-Letmathe, un hombre jovial y de sonrisa fácil, se
apasione. "¿Cuánta gente ha muerto por contaminación de alimentos a partir de
productos orgánicos, y cuánta a partir de OMG?", pregunta con algo de
irritación. Él mismo responde: "Ninguno por OMG. Y no tengo mucho que decir
acerca de cuánta gente ha muerto recientemente a raíz de productos orgánicos",
afirma, refiriéndose al brote de E. coli en Europa a principios de este año.
'Nos secaremos'
Nestlé ha sido tildada muchas veces como enemiga de los pobres. Por 30 años
ha debido enfrentar un boicot esporádico por la venta y el marketing de fórmula
para bebés en el Tercer Mundo, una iniciativa que algunos ricos occidentales
encuentran poco ética. Por otro lado, bajo Brabeck-Letmathe, la estrategia
corporativa de la empresa ha enfatizado que todos los mercados son intensamente
locales. Mientras que en EE.UU., por ejemplo, la gente compra agua por galones,
en muchos países pobres, un viaje a la tienda de la esquina resulta en la compra
de un solo cubo de caldo de carne Maggi. En esos países, muchos productos son
vendidos en paquetes individuales para equiparar el gasto de la gente con su
flujo de efectivo.
Hoy, Nestlé emplea a unas 300.000 personas, tiene ingresos de cerca de
US$100.000 millones al año y, aun así, representa apenas 1,5% de una industria
global que alimenta a miles de millones.
A Brabeck-Letmathe le preocupa incluso la ausencia de un mercado de agua
operativo. Cerca de 98,5% del agua fresca que el mundo consume cada año se
destina a usos agrícolas o industriales. En la mayoría de los casos, no hay un
mercado para distribuir y usar el agua, que termina siendo desperdiciada,
sobreusada y mal utilizada. Si no hacemos algo al respecto pronto, nos
secaremos, advierte Brabeck-Letmathe.
"Si el petróleo escasea", dice, "el precio del crudo sube. Pero si escasea el
agua, igual bombeamos la misma cantidad. No importa porque no cuesta. No tiene
valor". Brabeck-Letmathe calcula que se necesitan "9.100 litros de agua para
producir un litro de biodiésel. Eso se logra sólo porque el agua no tiene
precio".
"Hagamos ese 1,5% del agua (que usamos para beber y lavar) un derecho humano.
Pero deme un mercado para ese 98,5% para que las fuerzas del mercado puedan
reaccionar, y serán las mejores guías que podremos tener. Sólo si las fuerzas
del mercado están en acción habrá inversiones".
Se prevé que la población mundial alcanzará los 9.000 millones a mediados de
este siglo. ¿Será posible alimentar a toda esa gente? Brabeck-Letmathe no lo
duda: "Sí, podemos. Y también podremos darles agua y combustible. Pero sólo si
dejamos que el mercado haga su trabajo",
sostiene.
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