Pero dejemos a un lado a los infernos inventados y fijémonos en un lugar que se parece bastante al infierno, al menos estéticamente hablando.
Ese lugar se llama Danakil. Es un desierto y está situado dentro de la depresión de Afar, en la región oriental de Etiopía y al sur de Eritrea, entre el Mar Rojo y el Nilo Azul, en lo que se llama Cuerno de África. Si estuviera en Estados Unidos, sería una de las maravillas del mundo y sin duda sería tan visitado como un parque temático, pero se encuentra en un enclave lejano y poco conocido. Para llegar allí desde las montañas del Tigrai, en el norte de Etiopía, hay que pasar por cuencas de ríos secos y una zona montañosa poco habitada que recuerda al Gran Cañón del Colorado.
En un lugar de este desierto que constituye la separación de las placas tectónicas arábiga y africana (mayor responsable de los cambios topográficos de la zona), donde se alcanzan depresiones del terreno de hasta 155 metros por debajo del mar (las mayores depresiones del mundo) y donde uno puede probar agua de un lago con una salinidad increíble (mayor al 34,8 %), encontraréis la región del volcán Dallol. Un volcán (el único del planeta que se encuentra bajo el nivel del mar) que está provisto de diversos manantiales ardientes de colores que van desde el anaranjado, hasta al amarillo, pasando por el verde y el blanco.
Estos colores surrealistas son producidos por el azufre y otros minerales, como sal y sulfuro, que brotan de las entrañas de una tierra que tiene el dudoso privilegio de ser una de las áreas tectónicas más activas del planeta. Contemplar los lagos de lava, como el formado por el antiguo volcán Erta-ale, que es el lago de lava más grande del mundo, o los lagos de ácido, los géiseres sulfurosos o las interminables fuentes de sal halladas en Assal, es un espectáculo difícil de borrar de la retina. Frágiles formaciones calcáreas. Surtidores de pintura terrestre, como la que usan los indios para ornamentar su cara. Todo parece espuma, chicle, plastilina y cosas similares de colores químicamente muy puros.
En este desierto que amenaza con resquebrajarse algún día, permitiendo que las aguas del Mar Rojo lo sepulte todo, fueron hallados hace 30 años los restos del Australopithecus Afarensis, más conocido como Lucy, cuya edad es de más tres millones de años.
En este inhóspito lugar, sin embargo, hay un continuo trasiego de personas que trabajan bajo el tórrido sol. No son las almas condenadas arrastrando las cadenas del castigo, sino miembros de la etnia Afar, cuya principal actividad es la minería de sal. Llegan y se van de este infierno en gigantescas caravanas de cientos de camellos, cuyas gibas transportan los bloques de sal, siguiendo las milenarias rutas hacia Mekele, donde serán comercializados. Aquí parece haberse detenido el tiempo, porque los obreros de la sal continúan utilizando instrumentos muy rudimentarios, como bastones y machetes, para cortar los bloques de la sustancia cristalina en ladrillos. Y también siguen bebiendo agua en un pellejo de cabra.
Es imprescindible llevar al menos dos vehículos todoterreno y acarrear todo el combustible y provisiones necesarias. También tendréis que solicitar diversos permisos para acercaros a Danakil. Y no os iría nada mal un guía local y unos cuantos guardias armados, si no queréis ser engullidos por el Infierno.
Vía | Anfrix
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